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11 de Enero de 2002

Una nueva alfabetización

Hace unos cuantos años, oía yo decir que, en poco tiempo, quien no tuviera una arroba no sería nadie. Uno de los últimos relatos de Isaac Asimov nos mostraba como el destino de alguien que, por ignorancia o castigo gubernamental, no podía manejar un ordenador, era casi peor que el de un analfabeto en el mundo de hoy. Y es que, mientras ustedes los más maduritos conocen latín e historia, nosotros los jovenzuelos aprendemos a programar el vídeo en la cuna.

Los ordenadores son los aparatos más versátiles que conozco y, desde luego, los que más dan por menos. Pero eso tiene una contrapartida; su uso es muy complicado. Los programadores han intentado crear interfaces de usuario amigables, estándares para que todas las opciones estén más o menos en los mismos sitios en todos los programas, etc., pero esos parches se quedan en nada ante la poca preparación de sus usuarios. Preparación que cada vez es más necesaria, porque casi cualquier trabajo que queramos desempeñar nos obligará en mayor o menor medida a utilizar un ordenador.

Una de las primeras barreras que nos encontramos es la del lenguaje. La informática está llena de anglicismos y adaptaciones incomprensibles del idioma de Shakespeare, como web, hardware o controlador de dispositivo, que requieren un aprendizaje intensivo, pues desconocidas son las palabras y más desconocido aún su significado. Muchos tienen la sensación de que aprender a manejar un ordenador de una forma minimamente aceptable requiere un título, y de hecho muchas academias lo ofrecen.

Además, desde que Internet empezó a popularizarse fuera del ámbito universitario, la utilidad de estos cacharros ha aumentado mucho. Lo cual acentúa la necesidad de aprender. Además, la red ayuda a lograrlo. La web está creada bajo criterios muy simples: son documentos de texto con enlaces entre sí. Esto permite una interfaz con unas bases sencillas, muy similar en cada una de las aplicaciones que podemos encontrar en la red. Ideal para aprender.

Sin embargo, leer es relativamente sencillo. Lo difícil es comprender lo que se lee. Del mismo modo, arrancar el ordenador, poner el navegador a funcionar y darle al ratón es fácil. Lo complicado es saber encontrar lo que se busca en ese maremágnum. Aunque el excelente buscador Google nos haya ayudado a todos mucho en ese empeño, ese es el punto crucial del aprendizaje, y en el que menos se incide.

Cada vez más, en todos los países desarrollados, se intenta introducir ordenadores e Internet en la enseñanza a cualquier nivel. Algo muy importante, pues permitirá reducir la distancia entre los que tienen ordenador en casa y los que no. Entre la clase media y los más pobres, razón de ser de la enseñanza pública.

En España, el Plan Info XXI tiene como uno de sus objetivos prioritarios la reducción del analfabetismo digital. Pero el hecho de que el concurso haya sido declarado desierto muestra a las claras que el gobierno no parece tener mucha idea de lo que está haciendo. El plan ofrecía subvenciones a empresas de formación que cobraran 2.500 pesetas por 15 horas de enseñanza (a euro la hora) con el objetivo de formar a... ¡un millón de españoles! Y eso invirtiendo 400 millones. Ni la multiplicación de los panes y los peces, oiga. Tampoco se ha puesto en marcha el plan para formar este año a 2.000 parados. Muchas buenas intenciones pero pocas realidades.

Sin embargo, a veces se incide tanto en esto que parece que la red es la panacea universal. Del mismo modo que aprender no es sólo leer, la alfabetización digital es un medio, no un fin. Parece que, con tal de apuntarse a la nueva moda, toda actividad en pro del digitalismo es inherentemente buena. En este sentido, resulta sorprendente la aprobación en el Congreso por parte de casi todos los grupos de una proposición instando al gobierno a dotar de infraestructuras informáticas a colegios de educación infantil (hasta seis años). Es decir, proponiendo que aprendan Internet antes de aprender a leer.

En ese sentido, uno de los mitos más sorprendentes surgido a finales de este siglo es el de la brecha digital entre los países. Consiste en pensar como un problema enorme la imposibilidad de las naciones más pobres de tener una tasa suficiente de conexión a la red. Lo cual es evidentemente cierto pero, ¿qué más da? Parece evidente que dotarse de instituciones democráticas y garantías jurídicas que pongan las condiciones necesarias para el desarrollo es bastante más importante.

Del mismo modo que países asiáticos como Corea del Sur o Singapur ha recorrido un camino económico similar al nuestro en un quinto del tiempo que costó a los países occidentales, con unas condiciones adecuadas no llevará mucho tiempo que otros nos alcancen y superen también en esto. No confundamos efectos con causas. Internet no va a ser causa de pobreza en el Tercer Mundo. Puede representar oportunidades o no, pero las verdaderas razones están en cosas más importantes.

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